opinión
Manuel Caballero
La muerte de Manuel Caballero es un desgarramiento para la Venezuela democrática y progresista. Pero su lucidez y combatividad permanecerán.
La deuda de los venezolanos con la vasta obra de Manuel Caballero es inmensa. Sin duda, él es uno de los pensadores más valiosos de nuestra contemporaneidad. Su comprensión de la historia, y en especial la del siglo XX, es una fuente de enseñanza y orientación para calibrar el presente y también para avistar el futuro, o ese renacimiento de la democracia por el que luchó con pasión juvenil hasta el último momento.
Buena parte de su vida estuvo dedicada a hacer de la historia venezolana un cuerpo vivo y dinámico, asible para el gran público que necesitara desmarañar las complejidades de la realidad nacional. Por eso fue un historiador popular, en el sentido editorial, político y sustantivo de la expresión. Y además uno con escuela de pensamiento y numerosos colegas y discípulos.
Acaso uno de sus principales aportes sea el estudio del protagonismo social y civil del conjunto de los venezolanos en la formación de la Venezuela moderna. Su amplio repertorio bibliográfico, al que deberá agregarse nuevas entregas ya concluidas, constituye un corpus intelectual de difícil parangón en nuestro país.
Pero además de ser un académico de reconocido valor en América Latina, Europa y Estados Unidos, Manuel Caballero también se hizo célebre por su energía periodística. Su implacable honestidad, su cultura enciclopédica y su látigo reporteril, lo convirtieron en un polemista temible con una audiencia entusiasta entre distintas generaciones. Para muchos, los domingos caraqueños ya no serán lo mismo sin su esperada columna.
Y político apasionado también fue Manuel Caballero. No de aparatos o burocracias, que su acérrima rebeldía se lo impedía, pero sí alrededor de grandes ideas e iniciativas como el socialismo democrático y la defensa del patrimonio cívico de la República. A partir de 1992, se puso en guardia ante la amenaza militarista y cuajada ésta, en la primera década del siglo XXI, ejerció la militancia democrática con un ímpetu indoblegable.
No alcanzó a presenciar la superación de la hegemonía imperante, y ello compromete aún más a quienes tuvimos el privilegio de su amistad. Y Manuel no se fue con la idea de que la tragedia de estos años sería el signo del futuro, muy por el contrario su perspectiva de historiador y su conocimiento profundo de la manera de ser venezolana, le mantuvieron la esperanza en la vitalidad democrática de la nación, a pesar del siniestro y creciente despotismo en cabeza del Estado.
Manuel Caballero nació en los rigores de una dictadura, la tradicional de Juan Vicente Gómez. Se formó como joven intelectual en las luchas y exilios de otra dictadura, la militar de Marcos Pérez Jiménez, y acaba de morir en esta Venezuela aprisionada por la neo-dictadura de boinacolorá. Por todo ello es que su memoria y su magnífico quehacer se engrandecerán en el renacimiento de la democracia venezolana.
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