Los últimos artículos aquí publicados sobre la nueva ley que el ejecutivo venezolano a promulgado me han impactado profundamente. Y no es que me sorprenda. Este es el talante de régimen, sin caretas, sin tapujos, desesperado por callar a la disidencia en uno de los momentos más críticos de su ya viejo y agotado desempeño. Son diez años de intentar, a pesar de la gente, imponer un modelo que sólo nos lleva hacia atrás; tanto, que sospecho que un día volveremos a ver dinosaurios en los esteros de Camaguán. Sus presuntos lazos con los terroristas de las FARC, más sus evidentes intervenciones en varios países de la región dejan al desnudo las pretensiones imperialistas de quienes usan el discurso anti imperialista hasta el hartazgo y comprometen cada vez más la viabilidad del país, que hoy depende, más que nunca antes, de la renta petrolera ya que el descenso en las inversiones de capitales privados nacionales y foráneos es de un tenor dramático. Pero lo que me quita el sueño, tal vez por mi supina ignorancia acerca de la naturaleza del ser humano o más específicamente, por la absoluta incomprensión de cómo funciona la idiosincracia del venezolano promedio, es el silencio que, ante tan grave atentado contra los derechos ciudadanos, resuena en este llamado por alguien "ex país". La dirigencia política, que dice representar a la oposición, anda enfrascada en una hemorragia de precandidaturas hacia las elecciones de gobernadores y alcaldes de noviembre próximo y nada parece inmutarle en ese oficio de inutilidad, si no se le acompaña de una constante, activa y decidida protesta ante los atropellos que a la constitución se le inflingen a tres por cuarto. Chávez ha entendido que, por vías legales, nunca logrará extender su fracasado desempeño y ha decidido jugársela a la mala. En diciembre pasado perdió el referendo para reformar a su antojo la Constitución, hoy impone dicha reforma sin que pase nada; y previendo que algo pudiera pasar pone, cual espada de Damocles, la fulana ley de inteligencia y contrainteligencia que servirá como sirven esas pócimas tramposas que hoy curan la gripe y mañana el mal de ojo. ¿Será que habremos de esperar a que el cáncer se convierta en metástasis para comenzar a tomarnos esto en serio? La historia es sin duda, en innumerables casos, una serpiente que se muerde la cola y un atajo de ciegos que no lo vé.