domingo, 15 de junio de 2008

Eugenio Montejo

Opinión
Alberto Barrera
ND / El Nacional

Apuntes para escuchar el agua

Montejo era uno de esos venezolanos que dan orgullo.

Nos hacía bien.

Nos regalaba siempre una plenitud

I " ¿Quién es Eugenio Montejo?", le preguntó al poeta la periodista Elizabeth Fuentes, en una entrevista publicada en Tal Cual en el año 2004. "Esa es la gran pregunta que me estoy haciendo desde que nací", contestó el poeta.

Ahora se ha mudado, ha partido, dejándonos esa misma pregunta en las manos. Se ha ido con la certeza, además, de que no hay respuesta, de que sólo podemos seguir yendo y volviendo a las palabras: "Así pasa la vida y conversamos/ dejando que la lengua vaya y vuelva".

II El año pasado, invitados a ese invento genial llamado el Festival del Malpensante, coincidimos en Bogotá. Eso me dio la oportunidad de escuchar de cerca su conferencia sobre uno de sus temas más queridos: la heteronimia, la creación ficcional de otros escritores y de sus obras. Es algo que va más allá de un simple juego de seudónimos. No se trata de un escritor que usa otro nombre, sino de un escritor que se trabuca en otro escritor. A Montejo le gustaba hablar de un "laberinto de espejos", de un ejercicio de "escritura oblicua".

Aquella tarde, ante un nutrido grupo de devotos, Eugenio Montejo presentó a todos sus otros, íntimos y ajenos, inventados por él (o viceversa), entrañables, sorprendentes paseantes del pueblo Puerto Malo. Así, en el estrado, de pronto, aparecieron Blas Coll, Eduardo Polo, Sergio Sandoval, Tomás Linden... El público estaba maravillado ante esa gimnasia coral. Montejo parecía un joven divertido, entre amigos, hablando de cada uno, dándole una voz particular, contagiando el natural entusiasmo de ese nuevo encuentro. Como bien lo ha señalado Oscar Marcano, había ahí, también, una voz narrativa, un relato ya abierto, la historia secreta de una cofradía convocada por el misterio del alfabeto.

Cuando terminó la charla, repicaban los aplausos y Montejo estaba otra vez solo en el estrado. Recordé entonces una de las más hermosas frases de Blas Coll: "La materia reposa en la nada como el hielo en el agua".

III Eugenio Montejo era uno de esos venezolanos que dan orgullo. Nos hacía bien. Nos regalaba una satisfacción, una plenitud. Transmitía siempre, además, una calidad interior diferente. Como si su experiencia con las palabras fluyera de manera generosa y tocara cada uno de sus gestos y de sus actos. En Montejo, la poesía era también una forma de relación con el mundo.

Por eso, tal vez, su respeto a la diversidad, su valoración de las formas, su amorosa discreción.

Hay unas palabras de Pessoa que podrían ser suyas: "La celebridad es irreparable. De ella, como del tiempo, nadie vuelve atrás ni se desdice (...) Todo hombre que merece ser célebre sabe que no vale la pena serlo".

IV Montejo conoció la celebridad y, probablemente, hubiera podido disfrutar de más reconocimiento y más honores.

Los merecía. De seguro, también, ninguna de las tentaciones de la vanidad lo hubiera raptado, hubiera afectado su forma de estar en la vida, en los otros, en el país. Quizá por eso, también, resulta tan desazonador el silencio oficial ante su muerte. No da rabia.

Produce, más bien, una infinita vergüenza.

La desaparición física de uno de los poetas más importantes del país no ocurrió para el Ministerio de la Cultura. Para ellos, Montejo no existe ni siquiera en su muerte. No existe porque no está con el proceso. No existe porque se atrevió a criticar, a rechazar una invitación, a disentir. Es una omisión grosera, sin ninguna dignidad.

No hay, en ese territorio, debate ideológico ni línea política posible. Es pura censura convertida en burocracia.

Es la negación absoluta del quehacer creativo, de la experiencia literaria. Es una traición a la poesía.

Si, en el contexto del país, había un sector llamado a mostrarle al resto de la sociedad que la pluralidad es posible y necesaria, que las diferencias son saludables, que lo que nos define no es la polarización sino la complejidad, ése era el sector de la cultura. No lo hemos logrado. Y este silencio oficial sólo es otra muestra de la enorme miseria que ahora somos.

V En un poema titulado "Provisorio epitafio", del libro Terredad, se puede leer: "Ignoro adónde voy,/ de qué planeta seré huésped,/ a partir de cuál forma de materia/ –carbón, sílex, titanio–/ me explicaré después por aerolitos,/ hablaré desde el agua".

Me gusta pensar ahora que ahí está, entonces, que desde ahí sigue conversando.

Que, desde el agua, todavía nos habla esa multitud maravillosa que fue Eugenio Montejo.

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