Opinión
Asdrúbal Aguiar
ND/El Universal
El triste final de la OEA
La firma en Brasilia, este viernes, del Tratado de la Unión de Naciones Suramericanas, a pesar de tratarse de un matrimonio sin transparencia- cada quien y cada cual se guarda una carta- marca un antes y un después en la historia del Sistema Interamericano. Implica un reacomodo regional que complace las aspiraciones de dos países que coinciden tácticamente, pero que sostienen visiones ontológicas antitéticas.
Una la de Chávez, a quien le basta el efecto antiamericano de la movida; otra la de Lula da Silva, quien usa del mandatario venezolano -de allí que lo califique como nuestro mejor presidente en 100 años- para cristalizar la ambición histórica de liderazgo que no dejado en reposo a su nación-continente: ¡O país mais grande du mondo! Y es que en Itamarati no medra una estéril animosidad contra Estados Unidos. Esperan un trato de pares, y sólo eso.
La República Federativa, no se olvide, fraguó su igual vocación Imperial siendo ajena a las revueltas fratricidas entre patriotas y realistas que caracterizaron a nuestros países y desde cuando asumiera su conducción Don Pedro I, en 1841.
Tras estos orígenes, por lo mismo, el carácter disoluto del inquilino de Miraflores en nada se condice con la figura acotada del obrero que ocupa a Planalto, quien se cuida de no subordinar el destino superior de su país a los caprichos de ocasión. El nacimiento de Unasur es un paso hacia ese sueño de los lusos de esta parte y de allí que Cristina Kirchner, celosa, no lo acompañe con emoción.
Así las cosas, cabe recordar que el Sistema Interamericano germinó en 1826 a manos de un heredero de españoles: Simón Bolívar, quien tomó la iniciativa de reunir a un Congreso Anfictiónico que situó en Panamá por ser el puente obligado entre el norte y el sur.
Y entendió que tanto Estados Unidos como el Brasil, por distintos, no podrían ser más que observadores. Pero esta vez, dicho Sistema, antes atado en su devenir a la férula de la Casa Blanca, hoy y en lo sucesivo ha pasado a manos de los herederos de Portugal.
Unasur no es una iniciativa del Foro de San Pablo, que reúne en su seno a las fuerzas rupturistas de Chávez, Lula, Evo, Correa y paremos de contar. Su proyecto lo imaginó un estadista de fuste como Fernando Henrique Cardoso. Fue él quien provocó, en 2000, la primera reunión de los presidentes de América del Sur, en Brasilia.
Y allí, de conjunto, éstos calificaron "de carácter histórico y pionero" al evento para "la configuración de un área singular de democracia, paz, cooperación solidaria, integración y desarrollo económico y social compartido".
Cardoso y Lula son de filiación socialista. Uno cree en la inclusión social dentro de la democracia, y al otro, por ortodoxo, poco le preocupa que sus colegas -como el de Caracas- atenúen las virtudes democráticas, siempre que alcancen el objetivo del bienestar al costo que fuese, pero eso sí, de manos del Brasil: ¡O país mais grande do mundo!
En suma, la Organización de los Estados Americanos, que a partir de 1948 relanzó en Bogotá la unidad de Las Américas ofreciendo a nuestros pueblos "una tierra de libertad" como ámbito indispensable para el desarrollo y "la democracia representativa" como su condición", cede su espacio, quiéralo o no, a Unasur, ante una conclusión de presente y manipulada que es obra del "Informe Caputo": la gente prefiere comer a respirar en libertad.
El objetivo vertebral de la democracia, que el hombre de a pie confunde con los partidos y los políticos sin que nadie le aclare que es indicativa de su misma libertad, baja así de escalón en el foro de diálogo político naciente; que realizará los mismos objetivos de la Carta de la OEA pero bajo prioridades distintas, como lo indican el Preámbulo y el artículo 2 de la Carta de Brasilia.
La Secretaría de Las Américas sita en Washington seguirá despachando como si nada, pues a la luz de la experiencia conocida los organismos internacionales cuando dejan de servir vegetan, y sostienen a su burocracia hasta donde le alcance el dinero.
La conclusión, empero, es trágica. Como cierre de una luminosa y más que centenaria trayectoria de aciertos y de errores de nuestra anfictionía, pero más de aciertos qué duda cabe, bajo su penúltima conducción -la del ex presidente colombiano, César Gaviria- la OEA nos dejó un necrológico de antología: la Carta Democrática Interamericana, hija de la Declaración de Santiago de 1959.
Entre tanto, su sucesor, José Miguel Insulza, hombre sin ambición de historia grande pero eficaz "secretario", ha preferido el papel de cancerbero, de conserje de un palacete en liquidación muerto en vida, sin otro destino que no sea arrendarlo como sala de festejos para sus diplomáticos.
Asdrúbal Aguiar
ND/El Universal
El triste final de la OEA
La firma en Brasilia, este viernes, del Tratado de la Unión de Naciones Suramericanas, a pesar de tratarse de un matrimonio sin transparencia- cada quien y cada cual se guarda una carta- marca un antes y un después en la historia del Sistema Interamericano. Implica un reacomodo regional que complace las aspiraciones de dos países que coinciden tácticamente, pero que sostienen visiones ontológicas antitéticas.
Una la de Chávez, a quien le basta el efecto antiamericano de la movida; otra la de Lula da Silva, quien usa del mandatario venezolano -de allí que lo califique como nuestro mejor presidente en 100 años- para cristalizar la ambición histórica de liderazgo que no dejado en reposo a su nación-continente: ¡O país mais grande du mondo! Y es que en Itamarati no medra una estéril animosidad contra Estados Unidos. Esperan un trato de pares, y sólo eso.
La República Federativa, no se olvide, fraguó su igual vocación Imperial siendo ajena a las revueltas fratricidas entre patriotas y realistas que caracterizaron a nuestros países y desde cuando asumiera su conducción Don Pedro I, en 1841.
Tras estos orígenes, por lo mismo, el carácter disoluto del inquilino de Miraflores en nada se condice con la figura acotada del obrero que ocupa a Planalto, quien se cuida de no subordinar el destino superior de su país a los caprichos de ocasión. El nacimiento de Unasur es un paso hacia ese sueño de los lusos de esta parte y de allí que Cristina Kirchner, celosa, no lo acompañe con emoción.
Así las cosas, cabe recordar que el Sistema Interamericano germinó en 1826 a manos de un heredero de españoles: Simón Bolívar, quien tomó la iniciativa de reunir a un Congreso Anfictiónico que situó en Panamá por ser el puente obligado entre el norte y el sur.
Y entendió que tanto Estados Unidos como el Brasil, por distintos, no podrían ser más que observadores. Pero esta vez, dicho Sistema, antes atado en su devenir a la férula de la Casa Blanca, hoy y en lo sucesivo ha pasado a manos de los herederos de Portugal.
Unasur no es una iniciativa del Foro de San Pablo, que reúne en su seno a las fuerzas rupturistas de Chávez, Lula, Evo, Correa y paremos de contar. Su proyecto lo imaginó un estadista de fuste como Fernando Henrique Cardoso. Fue él quien provocó, en 2000, la primera reunión de los presidentes de América del Sur, en Brasilia.
Y allí, de conjunto, éstos calificaron "de carácter histórico y pionero" al evento para "la configuración de un área singular de democracia, paz, cooperación solidaria, integración y desarrollo económico y social compartido".
Cardoso y Lula son de filiación socialista. Uno cree en la inclusión social dentro de la democracia, y al otro, por ortodoxo, poco le preocupa que sus colegas -como el de Caracas- atenúen las virtudes democráticas, siempre que alcancen el objetivo del bienestar al costo que fuese, pero eso sí, de manos del Brasil: ¡O país mais grande do mundo!
En suma, la Organización de los Estados Americanos, que a partir de 1948 relanzó en Bogotá la unidad de Las Américas ofreciendo a nuestros pueblos "una tierra de libertad" como ámbito indispensable para el desarrollo y "la democracia representativa" como su condición", cede su espacio, quiéralo o no, a Unasur, ante una conclusión de presente y manipulada que es obra del "Informe Caputo": la gente prefiere comer a respirar en libertad.
El objetivo vertebral de la democracia, que el hombre de a pie confunde con los partidos y los políticos sin que nadie le aclare que es indicativa de su misma libertad, baja así de escalón en el foro de diálogo político naciente; que realizará los mismos objetivos de la Carta de la OEA pero bajo prioridades distintas, como lo indican el Preámbulo y el artículo 2 de la Carta de Brasilia.
La Secretaría de Las Américas sita en Washington seguirá despachando como si nada, pues a la luz de la experiencia conocida los organismos internacionales cuando dejan de servir vegetan, y sostienen a su burocracia hasta donde le alcance el dinero.
La conclusión, empero, es trágica. Como cierre de una luminosa y más que centenaria trayectoria de aciertos y de errores de nuestra anfictionía, pero más de aciertos qué duda cabe, bajo su penúltima conducción -la del ex presidente colombiano, César Gaviria- la OEA nos dejó un necrológico de antología: la Carta Democrática Interamericana, hija de la Declaración de Santiago de 1959.
Entre tanto, su sucesor, José Miguel Insulza, hombre sin ambición de historia grande pero eficaz "secretario", ha preferido el papel de cancerbero, de conserje de un palacete en liquidación muerto en vida, sin otro destino que no sea arrendarlo como sala de festejos para sus diplomáticos.