lunes, 21 de abril de 2008

Calidad de Vida


Desde que Japón le enseñó al mundo el poder competitivo y de rentabilidad de la calidad, que es una necesidad intrínseca al desarrollo del ser humano, las sociedades productivas se enfrascaron en adoptar las líneas que según los nipones conducían a los resultados por ellos obtenidos. Muchas fueron las empresas que experimentaron sustanciales cambios en su cultura, en su aceptación y relaciones con su entorno, en su calidad, productividad y rentabilidad. Organizaciones que a través de esos programas comenzaron a generar un nuevo hombre, con nuevas ideas y formas de asumir la vida, con el concepto de que la calidad no es una cuestión exclusiva de productos y servicios sino que debe ser una premisa de vida y de cada faceta de ella y con una especial conciencia de que lo que se desperdicia en sus manos, es una pérdida para toda la humanidad; en pocas palabras, la búsqueda de la excelencia. Pero todo esto sólo es posible en un entorno de confianza, de libertad económica, de garantías de que lo invertido, tanto en infraestructura y tecnología como en el proceso de cambio organizacional, no se va a desvanecer ante el primer ventarrón que sople. Lo que ha venido sucediendo en Venezuela desde que comenzaron a sonar los cantos de guerra, contra todo lo establecido, es que la mayoría de las empresas que no han cerrado sus puertas han tenido que hacer grandes esfuerzos por sobrevivir y, lamentablemente, en el rango de consecuencias de esa lucha está, en primera fila, la disminución de la calidad ya sea como un efecto colateral, con múltiples aristas de influencia o como un evento calculado, erróneamente o no, para sostener los niveles de rentabilidad. El control de cambio, los controles de precios, la inflación, las amenazas, las expropiaciones, las invasiones, la ineficiencia gubernamental en general y la incertidumbre, como la única certeza que manejamos día a día, han dado al traste con todos los niveles de calidad que se habían alcanzado y como consumidor puedo dar fe de aberraciones tales como conseguir un pedazo de carne del tipo “Falda”, que se usa para esmechar y que representa un corte de segunda o tercera, en bandeja, envuelta con celofán y etiqueta de “Solomo de cuerito” al precio de este, por supuesto; que el pan que antes podía durar tres días “comible” ahora al día siguiente es un palo, o que el dependiente de casi cualquier negocio al que uno vaya nos atienda casi a regañadientes, como si nos estuviera haciendo un favor, o que el precio de casi cualquier cosa sea una especie de montaña rusa que nos mantiene con los pelos parados cada vez que tenemos que comprar algo, o la desmejora de los servicios públicos, etc., etc., etc. En pocas palabras, asistimos día tras día al deterioro de nuestra calidad de vida, como un todo y a la postergación de la construcción del verdadero “hombre nuevo”.

José Bianco
C.I.: 5.554.274
jgcbianco@yahoo.com

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