Una de las características de la delincuencia organizada, y los bachaqueros lo son, es su constante mutación, adaptación a los cambios, se elonga, se contrae, según haga calor o frío; se alarga o se encoge, si el obstáculo a vencer es alto o es apenas una rendija. Pero siempre parecen llevarle la delantera a la sociedad, a los ciudadanos decentes y a los cuerpos de seguridad que tienen dentro de sus responsabilidades evitar su accionar en contra de la ley.
Hoy, dentro de este cuadro de continua incertidumbre, necesidad, acogotamiento en el cual vivimos la mayoría de los venezolanos y siguiendo las indicaciones de un vecino que ya había pasado por el nuevo esquema bachaqueril, me presenté en las adyacencias de un supermercado a las 06:30 am a fin de solicitar un número en la cola para las compras de mañana miércoles. Cuando llegué al sitio había muchísima gente, los que iban a comprar hoy (si acaso había qué comprar) y los que andábamos en el trámite misterioso de obtener un número, un puesto en "la cola de la esperanza". Pregunté quién o quiénes eran los encargados de organizar la cuestión y me indicaron a un trío de mujeres, quienes con pinta de mandamás, con actitud de perdonavidas, se paseaban con un cuaderno en mano para anotar a los descamisados que, con cara de ruego, solicitábamos su misericordiosa buena pro para ser parte del privilegio, de estar entre los elegidos. Primero me asignaron un número, 180, para luego hacer una cola y anotar nuestros nombres, sin número, en su mágico cuaderno; y lo de mágico viene, y aquí está la sustancia, porque aunque usted esté de primero le toca el número 61, como después descubriría ¿y cómo así? preguntaría un hermano colombiano; pues, porque ahí reside el corazón de la nueva táctica de los bachaqueros. En un ardid de "organización", con el cual hacen parecer que están prestando un servicio, ponen a los pendejos a convalidar sus acciones de acaparamiento y posterior venta con altísimo sobreprecio, ya que se reservan, en las narices nuestras, los sesenta primeros puestos de la cola, sin que medie protesta, sin tener que dormir en el sitio y asegurándose que, de haber productos regulados ¡ellos se llevarán la mayoría de estos!
Pero el cuento no termina aquí. Después del meeting de la mañana quedamos convocados para las seis de la tarde, en el mismo sitio, para recibir un número y "ratificar" nuestra intención de ir a las tres y media de la mañana a otro recontéo que sería el definitivo y que fijaría, ahora sí, el orden en el que se recibirán los números que asigna el supermercado para realizar la compra. Si usted estuvo en la mañana y se anotó en el cuadernito pero faltó en la tarde, el número es re asignado ¿a que no adivina a quién? ¡por supuesto, a otro bachaquero!
La sensación que me acompañó durante la sesión de la tarde fue la de total abandono institucional, la de estar convalidando las acciones de un grupo hamponil, de ser parte de una turba sin origen ni destino, la convicción de no querer seguir viviendo en un país que se ha convertido en esta desolación, en este sinsentido que ahoga, aturde y avergüenza. ¿Y qué hago? ¿cómo sostengo el ritmo de una economía desbocada que tiene en jaque diario al derecho de mi familia a alimentarse? ¿a quién acudo? ¿quién ayuda a quién en esta vorágine canibal que nos consume desde las entrañas? Las respuestas son un sórdido silencio que grita descarnadamente ¡todos somos cómplices! ¡todos convalidamos nuestro tránsito a la miseria! ¡todos merecemos lo que estamos viviendo!
Recibí el bendito número, tan alto que dudo que de haber algo mañana en el supermercado llegue a mis manos. Los que sí están seguros, de haber productos regulados o escasos, son los sesenta bachaqueros que encabezan la cola mientras, tras ellos, doscientos pendejos ondeamos nuestra estulticia.
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